En las regiones mediterráneas la intensidad del "stress" hídrico, asociado a la disminución de las precipitaciones estivales (que, en este caso, prácticamente desaparecen), determina los caracteres de los procesos de modelado, de la cubierta vegetal y, hasta hace poco, la potencialidad del territorio y, con ella, la distribución del hábitat. 

Esto es particularmente evidente en el sudeste peninsular, donde muchos lugares presentan condiciones subdesérticas, y donde la mayor o menor disponibilidad de agua queda inequívocamente reflejada en las tonalidades del paisaje a través de la vegetación.

El relieve del área descrita está modelado sobre sedimentos postectónicos, básicamente miocenos, y se relaciona principalmente con la acción de las aguas de escorrentía. La incisión es muy eficaz en las laderas, en las que el predominio de litologías deleznables y la escasa cubierta vegetal favorecen las acciones erosivas, mientras que en los fondos de los valles se acumulan grandes espesores de depósitos aportados por las sucesivas avenidas. Estas circunstancias explican la presencia de un relieve áspero, aunque sin grandes desniveles, surcado por amplios corredores aluviales planos y, en algunos lugares, de gran anchura.

Dada la escasez de las lluvias, la red de drenaje está constituida por cursos de carácter intermitente que han generado amplias ramblas (figura 1). Éstas permanecen secas durante la mayor parte del tiempo, mostrando su fondo pedregoso y autorizando incluso algunos tipos de usos. No obstante, los episodios de lluvias más intensas generan violentas crecidas que, en unas horas, son capaces de alterar completamente la fisonomía del fondo aluvial y poner en peligro cualquier tipo de creación humana.

El mayor contraste paisajístico aparece sin embargo asociado a la cubierta vegetal. De carácter xerófilo y estepario, la vegetación de los interfluvios se reduce a un tapiz herbáceo, seco gran parte del año, que no logra ocultar el color de la roca (figura 2) mientras que los fondos aluviales, que conservan humedad entre sus sedimentos durante largas temporadas, permiten la presencia de plantas más exigentes y albergan comunidades arbustivas relativamente ricas.

Pero además, este contraste natural se ha visto acentuado por efecto de las actividades humanas. El poblado de Los Millares, desde el que están obtenidas las imágenes, demuestra que este tipo de presión remonta, al menos, hasta el Calcolítico (final del tercer milenio antes de nuestra era). Durante todo este tiempo, la cubierta vegetal de los interfluvios ha debido empobrecerse por efecto del pastoreo y de la colecta de combustible, mientras que los fondos de los valles han permitido la instalación de una agricultura intensiva que ha dado lugar a ricos vergeles, en este caso de cítricos, sólo limitados por el riesgo de las esporádicas avenidas (véase el contraste en la fotografía aérea).

 

Autor: Juan Carlos García Codrón. Universidad de Cantabria