Amplios sectores de la Cuenca del Tajo presentan una topografía de formas planas relacionada con la presencia de estructuras tabulares. El área comentada se localiza en la margen septentrional de uno de los más característicos, La Alcarria, que abarca gran parte de la provincia de Guadalajara y sectores de las de Cuenca y Madrid.

La Alcarria es una comarca dominada por amplios páramos, de culminación prácticamente plana y altitud próxima a los 1000 metros. Su relieve está controlado por la horizontalidad de los estratos, y por la alternancia de roquedos de distinta resistencia. Los materiales predominantes, miocenos, son detríticos o evaporíticos: arcillas, margas, areniscas, y sales, que resultan fácilmente erosionables. Sin embargo, el techo de la serie coincide con una capa caliza mucho más resistente que, al haber permanecido relativamente intacta, determina la culminación del relieve (figura 1).

Las principales unidades de éste han quedado individualizadas por efecto de la incisión fluvial. Una vez atravesada la capa de caliza, los cursos de agua se encajan rápidamente en los materiales situados en niveles inferiores, mucho más fáciles de erosionar. Diversos procesos de vertiente, favorecidos por la plasticidad de las arcillas y margas, contribuyen a ensanchar los valles y permiten una acumulación de materiales en sus fondos que, en ocasiones, los ríos no son capaces de evacuar 

Los páramos que enmarcan el valle del Badiel son calizos, tienen suelos pobres y presentan una marcada aridez bioclimática al ser el agua rápidamente absorbida por el karst. Ello, unido a la dureza del clima, limita sus posibilidades agrarias de forma que los tradicionales cultivos de cereales tienden a desaparecer, favoreciendo la recuperación del arbolado. De este modo, la vegetación está dominada por masas de encinas o quejigos, o por plantaciones de pinos junto a extensas áreas de matorral de sustitución en el que abundan plantas aromáticas (tomillo, romero, ajedrea, mejorana, espliego...) que permiten a la comarca producir su renombrada miel.

Las laderas de los valles presentan una fuerte inclinación, con frecuentes rupturas de pendiente asociadas al afloramiento de los sucesivos estratos. Sus zonas bajas, sobre todo en las laderas solanas, están ocupadas por olivar y por algunos cultivos de secano (hoy en abandono, véase la figura 2) aunque en su mayor parte, y sobre todo en las umbrías, resultan poco aptas para la agricultura; lo que les ha permitido conservar su cubierta vegetal, o permanecer con la roca desnuda (figura 1). No obstante, han aportado su contribución a la economía tradicional, ya que en ellas es muy fácil la extracción de piedra o de arcilla para fabricar los adobes con que se construían las casas.

El fondo del valle, por fin, se beneficia de buenos suelos, de recursos hídricos y de una topografía plana (figura 2). Ofrece los mejores emplazamientos para los asentamientos y actividades humanas y, por ello, es la zona más transformada. Su vegetación original incluía árboles caducifolios, y aunque éstos han sido sustituidos por cultivos, primero de secano y hoy también de regadío, aún quedan retazos de bosque de ribera con algunas mimbreras que, hasta hace algunas décadas, también fueron objeto de explotación.

 

Autor: Juan Carlos García Codrón. Universidad de Cantabria