En Madrid todavía existen nueve núcleos de chabolas donde malviven más de 3.000 personas. Son los últimos reductos de marginalidad, tras la importantísima operación de Remodelación de Barrios llevada a cabo en la ciudad desde los años ochenta, que supuso la eliminación de las extensos asentamientos de infravivienda formados durante el periodo franquista.

Tras la guerra civil, la población expulsada de las zonas rurales por la falta de trabajo es atraída a la capital por la esperanza de una vida mejor. Sin embargo, los primeros años no son fáciles. No hay viviendas asequibles para unas familias que tampoco pueden encontrar empleo en una industria que no acaba de despegar, o en unos servicios todavía incipientes. Entonces surgieron los extensos asentamientos de infravivienda en Madrid: Palomeras, Orcasitas o El Pozo del Tío Raimundo.

Inicialmente, todos son núcleos de chabolas. Las familias recién llegadas levantan rápidamente apenas una caseta de reducidas dimensiones, construida con materiales pobres, maderas, cartones, o láminas de chapa, conseguidos en derribos o vertederos. Pero el tiempo pasa, y las viviendas se van consolidando conforme sus habitantes consiguen incrementar sus ingresos y pueden adquirir ladrillos, tejas o baldosas, que sustituyen paulatinamente a los elementos menos sólidos iniciales. Las viviendas se mejoran adoptando la forma típica de la casa molinera, de una planta con patio trasero donde continúa la ampliación. El barrio entero puede seguir la misma evolución obteniendo los vecinos el agua, el alcantarillado, la electricidad, las aceras y el asfaltado de las calles, sufragados por ellos mismos o, sobre todo, conseguido de los poderes públicos a través de reivindicaciones constantes. También llegarán las tiendas, la escuela y la iglesia.

Sin embargo, algunas de estas barriadas pueden finalmente convertirse en un reducto de marginalidad y pobreza. Las familias que consiguen con el tiempo mejorar su situación económica abandonan el lugar y sus chabolas son ocupadas de nuevo por otras recién llegadas a la ciudad o por colectivos de excluidos. Este proceso suele ocurrir cuando el núcleo se ha desarrollado sobre suelo invadido, sin que se haya producido la adquisición de la parcela, y la administración, a través del planeamiento o actuaciones directas, no ha legalizado su existencia. Entonces, hasta el realojo de las familias y su eliminación, mantiene su aspecto inicial cada vez más degradado, sin ninguno de los servicios o infraestructuras más elementales.

Tras las grandes operaciones de remodelación de barrios, en los últimos quince años, Ayuntamiento y Comunidad de Madrid, a través de distintos programas, han pretendido desmantelar los últimos poblados de chabolas de la ciudad y han realojado a sus habitantes en viviendas sociales. Pero el proceso aún no ha concluido. Quedan algunos núcleos vinculados no sólo a la pobreza, sino también a situaciones de máxima marginalidad de sus habitantes. Corresponden fundamentalmente a grupos de población de etnia gitana, sobre todo recién llegados de Portugal o, más recientemente, de Rumanía. Hay también casos excepcionales: focos relacionados con la delincuencia y la venta de droga. En su mayoría están localizados en el sur de la ciudad, en los límites del área urbana, sólo tres de ellos, los más reducidos (cerca de 200 familias) se sitúan en el norte, y corresponden a campamentos de viviendas prefabricadas instalados por la administración como fase previa al realojo de sus habitantes, un proceso que se ha dilatado casi una década.

El poblado de El Salobral, en el distrito de Villaverde, al Sur de Madrid, constituye actualmente el área más extensa de chabolas (figura 1 y figura 2) en la capital, donde residen unas 300 familias ocupando más de 5 hectáreas (figura 3). Surge a inicios de la década de los noventa, formado por familias rumanas a las que pronto se unieron otras mayoritariamente también gitanas. Su aislamiento físico, al estar rodeada por la Nacional IV (figura 4) y el ferrocarril, ha apoyado su conservación y ha alentado la llegada de otros grupos procedentes de áreas recientemente desmanteladas, que no han sido incluidos en los programas de realojo, o no han querido trasladarse a las viviendas en altura dispuestas en barrios periféricos del sur madrileño. También ha facilitado la concentración del tráfico de drogas o la llegada de objetos robados.

Su erradicación está siendo lenta y difícil: en 1999 fueron desalojadas 160 chabolas que, sin embargo, fueron ocupadas con rapidez. De nuevo en 2002 se realojaron 80 familias tras sucesivos incendios -con víctimas mortales- que volvieron a poner de manifiesto la dureza de las condiciones en las que viven allí numerosas familias con hijos pequeños. En proyecto está su transformación en zona industrial, como prolongación de los polígonos inmediatos, y la ampliación y mejora de los grandes viales que lo circundan.

 

Autora: Elia Canosa Zamora. Universidad Autónoma de Madrid