Frías puede considerarse una localidad representativa del poblamiento concentrado característico del mundo rural castellano. Situada en la Comarca de la Bureba, al Norte de Burgos, está íntimamente ligada a la primera fase de la reconquista y repoblación a partir de las montañas cantábricas. Forma parte de las más tempranas fundaciones amparadas en castillos y monasterios fortificados, con emplazamientos estratégicos sobre cerros dominando la llanura (figura 1), en los que se apoya un pequeño caserío, con frecuencia resguardado de los ataques de los enemigos próximos, sarracenos y cristianos, por una muralla.

El núcleo original, fundado en el siglo IX, se localiza en la Muela, promontorio a 70 m de altura sobre la llanura inmediata, controlando el Portillo de Busto y, a través del puente sobre el Ebro (de origen romano aunque reconstruido y fortificado en época medieval), el valle de la Tobalina y una de las vías de comunicación utilizadas por arrieros y trajineros en dirección a los puertos del Norte.

La dedicación tradicional, artesana y comercial fundamentalmente, entra en decadencia en la edad moderna con la mejora de las comunicaciones y Frías, reducida a la actividad agrícola y ganadera de todo el valle, se hunde, como la mayor parte de los núcleos castellanos, en una paulatina decadencia. La constante emigración, intensificada en los años sesenta del siglo pasado, ha mermado sus recursos hasta llegar a los actuales 330 habitantes que contrastan con los 2300 que llegó a albergar en su época de mayor esplendor.

El pequeño recinto amurallado, que constituye el área fundacional, se organiza a partir de castillo, aislado del pueblo mediante un foso y doble muro. Las calles, longitudinales y estrechas, se dirigen hacia la antigua iglesia de San Vicente que poseyó un campanario también fortificado, desaparecido hoy como su portada, trasladada al Museo del Claustro de Nueva York.  En su morfología (figura 2) aún perduran los elementos medievales de carácter urbano que permiten individualizar el modelo frente a otros núcleos exclusivamente rurales del interior de Castilla. Por un lado, el tejido en el interior de la muralla es compacto, formado por parcelas rectangulares y estrechas, y calles con trazado nítido, precisado por las líneas de fachada de los edificios. Por otro, dominan las construcciones de 2 ó 3 alturas, con planta baja en la que se disponen piezas con funciones claramente urbanas: comercio o talleres artesanos que también podían existir en el interior de las parcelas.

Aquí, el espacio público -las plazas- adquiere gran relevancia. Junto a la Iglesia, orientada al sur, está la plaza principal, el atrio, centro de actividades del núcleo antiguo y lugar tradicional de reunión de los vecinos. Éste era el lugar de celebración de los primeros Concejos Abiertos y también donde confluían las procesiones o se daban los sermones en las únicas fiestas que se realizaban en época medieval. También en la plaza de la Iglesia (denominada por ello azogue) se desarrollaba el mercado diario, donde se accedía a los productos del entorno inmediato. La otra plaza cercana, frente al ayuntamiento, debe ser considerada como un simple ensanchamiento de la calle, necesario para el giro de los carros en el interior del núcleo.

Mayor importancia tuvo la plaza localizada en la puerta de la muralla, pronto duplicada en el exterior para ampliar su extensión. En el interior del núcleo, la plaza incorpora una fila de soportales, orientados al Sur, para proteger el mercado semanal que comienza a celebrarse a partir del siglo XII gracias a un privilegio real. Frente al diario, este mercado, celebrado los sábados, afectaba a localidades y productos más lejanos: se vendía artesanía, salazones, animales vivos o semillas.

Una vez desaparecidas las condiciones bélicas que alentaron la construcción de la muralla, se produjo el descenso del núcleo hacia las zonas más fértiles del llano, en un proceso frecuente en Castilla, condicionado en Frías también por las pequeñas dimensiones de la plataforma donde se asienta el castillo. El asentamiento en la ladera está dirigido por el camino de acceso al cerro, orientado al sur y con mayor soleamiento. La ruptura con la zona alta es, en este caso como en otros muchos, casi total. Se abandonó ya en la edad moderna casi completamente por el frío y el viento en beneficio de la ladera y el llano, dejándose arruinar incluso el sector más septentrional, más umbrío.

En la ladera la morfología es más abierta y de carácter más claramente rural. La densidad es menor, la distribución del caserío es más holgada, con espacios libres intercalados en los que se mezcla con huertos y bordes difusos donde el campo impregna el paisaje (figura 3). Dominan aquí los edificios de una sola planta, a veces con un sobrado en otra superior para almacén y granero, en parcelas que combinan la vivienda con cuadras, pajares o corrales.

La arquitectura tradicional se ha conservado muy bien gracias al escaso dinamismo reciente. La abundancia de caliza (la toba amarillenta que ha dado nombre al valle de la Tobalina donde se localiza Frías) permite su uso como material de construcción. Sin embargo, salvo en los edificios principales, el castillo o los monasterios e iglesias donde su uso es exclusivo, en las viviendas se combina con el tapial y la madera. La mampostería se restringe a la planta baja mientras en las restantes se emplea el entramado de madera relleno de cascote o adobe (figura 4). Su menor peso facilita la construcción en altura, así como los volados ó saledizos sobre la planta baja -a veces con soportales- típicos de las pequeñas villas de los páramos castellanos.

 

Autora: Elia Canosa Zamora. Universidad Autónoma de Madrid