En amplios sectores de la Cordillera Cantábrica, ciertas prácticas y modos de vida rurales se han mantenido muy poco alteradas a lo largo del tiempo, otorgando un inconfundible carácter al paisaje. Esto es particularmente patente en la comarca de los Montes de Pas, situada en torno a los "pasos" que comunican el norte burgalés con las cabeceras del Miera, Pas y Pisueña cántabros.

El relieve está dominado por la mole del Castro Valnera (1707 m) y presenta una fuerte disimetría: relativamente suave hacia el sur, pero muy enérgico y compartimentado hacia el norte a causa del fuerte encajamiento de los valles cantábricos. El clima, tibio en los valles, es frío y nivoso en las áreas culminantes, que registran cerca de 2000 mm anuales de precipitación. Los suelos, por fin, son pobres y muy propensos a la erosión.

Los habitantes de la comarca, los pasiegos, han logrado superar todos estos inconvenientes mediante un original sistema ganadero basado en el aprovechamiento intensivo de la totalidad del territorio. Cada familia dispone de varias parcelas de prados, siempre cercadas y dotadas de una cabaña (véase figura 2), en distintos puntos de los valles, laderas y áreas culminantes, y practica una trashumancia constante de unas a otras, lo que permite un óptimo aprovechamiento de los pastos en cada momento del año. Los desplazamientos, llamadas "mudas", implican a toda la familia con su ganado y enseres, y se realizan a través de una densa red de senderos ("camberas").

Este sistema conlleva la aparición de unos vínculos sociales peculiares, que han contribuido a la aparición de un fuerte sentimiento de identidad: hasta época reciente no han existido auténticos pueblos, aunque sí núcleos en torno a la iglesia en los que se celebran los mercados, y donde la población coincide en las grandes ocasiones. Durante el resto del año, ésta se encuentra dispersa residiendo en un punto distinto y relacionándose con vecinos diferentes en cada momento.

Los prados y cabañas tienden a ocupar las áreas más bajas y favorables (véase figura 1), mientras que el resto del territorio está ocupado por extensas áreas de pastizales que se mantienen por medio de incendios anuales, y que constituyen una reserva de espacio y de pasto de utilización más esporádica (áreas rojizas en la figura 1 y superficie oscura, quemada, en la figura 2). Por fin, en las umbrías, que son poco favorables para la presencia humana a causa de su humedad, se han mantenido manchas de bosque caducifolio que suministran la madera necesaria a la población.

Relativamente bien conservado hasta ahora, todo este sistema está experimentando fuertes –e inevitables- cambios, que comprometen la pervivencia misma de este tipo de paisaje.

 

Autor: Juan Carlos García Codrón. Universidad de Cantabria