España fue una sociedad eminentemente agraria hasta aproximadamente 1960, pero desde la segunda mitad del siglo XX ha experimentado una progresiva transformación hacia una sociedad cada vez más urbana, cuyos modos de vida se proyectan más allá de los límites de la ciudad consolidada. Paralelamente, el sector agrario ha ido reduciendo sus efectivos: en 2002 empleaba a poco más de un millón de personas (1,037 millones), equivalente al 6,2 % de la población ocupada, y generaba un volumen de producción que representaba el 4,0 % del PIB español; datos que contrastan con el hecho de que, hacia 1950, este sector contaba con el 47,6% de la población ocupada y aportaba un porcentaje similar al PIB español. A pesar de esta drástica reducción, sigue siendo muy significativa la pervivencia de la impronta rural en la organización territorial española: en 2001, la población rural en España -considerando los municipios con menos de 10.000 habitantes- era de 9,6 millones, lo que equivale al 23,6% de la población total,  valor que adquiere otra significación si tenemos en cuenta que 7.458 municipios, de los 8.108 existentes en el país, formaban parte de este grupo.

Los cambios en el modelo económico, así como en los modos de vida, a los que hay que sumar la incidencia de las políticas comunitarias a partir de 1986 -cuando España se incorpora a la por entonces denominada Comunidad Europea-, resultan claves para comprender la dinámica reciente del espacio rural. Sus efectos se expresan  en el paisaje a través de la coexistencia de morfologías y estructuras derivadas del modelo agrario tradicional, en diversos estadíos de abandono, con las procedentes de los nuevos usos que acogen estos espacios. Los ejemplos seleccionados constituyen solo una muestra de la amplia diversidad que caracteriza los paisajes rurales españoles, fruto de la combinación entre condiciones naturales, tradición cultural y modelo económico vigente en cada época.

Los primeros corresponden a paisajes rurales tradicionales de base agraria, localizados en ámbitos ecológicos muy diferenciados pero compartiendo un denominador común: hoy han dejado de ser económicamente rentables, reduciéndose por ello sus posibilidades de supervivencia. Sustentados en una mano de obra abundante y poco remunerada, una escasa capitalización y un importante acervo cultural acumulado en siglos, el abandono agrario ha conllevado su desestructuración. Vacíos de contenido, corren el riesgo de que sólo sus morfologías permanezcan, pero no así  el patrimonio cultural y etnográfico que tenían asociados. La reciente incorporación de estos paisajes en las estrategias de protección y en los circuitos de ocio son algunas de sus perspectivas actuales, lo que supone un cambio esencial en su funcionalidad: la reconversión de  “paisajes para producir” en “paisajes objeto de consumo”.

Los Montes de Pas (Cantabria) son un modelo de explotación territorial, adaptado a un medio de montaña en el ámbito peninsular atlántico (Cordillera Cantábrica), donde una original trashumancia del ganado,  de las familias y sus residencias, permitió durante siglos un aprovechamiento combinado de los principales recursos disponibles: agua, pastos secuenciados estacionalmente en función de la altitud y bosques en las umbrías. En contraste, el ejemplo del Valle de Algás (Calaceite, Teruel) muestra un paisaje construido mediante bancales, cuya capacidad para retener agua y controlar la erosión permitió, durante siglos, el desarrollo de cultivos de secano. Tanto las prácticas empleadas, como las variedades cultivadas (vid, olivo y almendro), representan un excelente ejemplo de adaptación a los condicionantes de un clima mediterráneo continentalizado.

Por su parte, el caso de Guatiza (Lanzarote, Canarias) ilustra una de las últimas pervivencias del cultivo de la cochinilla en España, antaño utilizada para extraer tinte vegetal, y hoy en crisis por las dificultades de su comercialización. Se trata de un cultivo artesanal, sabiamente adaptado a unas condiciones climáticas extremas (desierto cálido y seco) que, como en los ejemplos anteriores, ha dado lugar a un singular paisaje. Un último ejemplo de esta evolución puede ser Turégano (Segovia), un núcleo secularmente cerealista del interior de Castilla, que padeció un agudo declive en la segunda mitad del siglo XX y hoy sobrevive a partir de una cierta renovación de sus actividades agrarias, la pervivencia de ciertas actividades asociadas a su función como centro comarcal de servicios, y un incipiente desarrollo del turismo. Este proceso encuentra una expresión más acabada en el caso de Frías (Burgos), que a su crisis agraria y a su acentuado proceso de despoblamiento, contrapone la calidad y el valor patrimonial de un recinto histórico que constituye hoy su principal recurso, como base de una creciente dinamización turística.

Los otros tres ejemplos agrupan paisajes rurales actuales, donde se ilustran algunos de los procesos recientes de transformación. En contraste con el abandono generalizado de unas áreas, en otras se están produciendo procesos de concentración de las actividades agro-ganaderas, vinculados a la incorporación de capitales y a la aplicación de modernas tecnologías. Con ello se suplen las limitaciones naturales y se incrementan los rendimientos por unidad de superficie, pero también se agudizan los problemas de contaminación y residuos si la gestión es inadecuada. La agricultura tecnificada de Berja (Almería), y su paisaje de cultivos intensivos bajo plástico, son una buena muestra de estos nuevos modelos que, a diferencia de los tradicionales, presentan una apariencia morfológica similar, con independencia del lugar en el que se localicen.

Por su parte, el paisaje periurbano de Lugones-Llanera (Asturias) ilustra los cambios que, iniciados desde finales del siglo XIX y acelerados durante el XX, se están produciendo en áreas rurales bien comunicadas y próximas a núcleos urbanos. En él la función agraria ha ido reduciéndose progresivamente, mientras que las industriales, residenciales, de distribución (grandes superficies comerciales) y los equipamientos deportivos y recreativos han ido ocupando el área, conformando un paisaje donde hoy resulta complejo poner un límite neto entre lo rural y lo urbano.

Finalmente, y a modo de síntesis, el ejemplo de la costa occidental asturiana permite, incorporando un cambio de escala, realizar un recorrido desde la organización tradicional de este espacio rural hasta la actualidad. En él se constatan los cambios que ha supuesto la progresiva jerarquización del conjunto del territorio al área urbano-industrial del centro de la región, entre los que destacan los siguientes: abandono de unas áreas, cambios en la orientación productiva de las explotaciones en otras, que pasan de la poliproducción tradicional a la monoproducción con fines comerciales, y absorción de funciones industriales, de servicios o residenciales. Todo ello pone de relieve el papel de “reserva de suelo” que la sociedad urbana está adjudicando hoy a muchas áreas rurales.

Por su parte, la incidencia de la actividad industrial en los espacios rurales también se contempla a partir de otros ejemplos, situados en Castilla-La Mancha, que aparecen en el apartado de paisajes industriales de esta web.

 

PAISAJES RURALES

Ejemplo

Autores

Presentación general

Emma Pérez-Chacón Espino. Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

Montes de Pas (Cantabria)

Juan Carlos García Codrón. Universidad de Cantabria

Valle de Algás (Aragón)

Juan Carlos García Codrón. Universidad de Cantabria

Turégano (Castilla-León)

Maria Gloria Sanz Sanjosé. Universidad de Valladolid (Campus de Segovia)

Frías (Castilla-León)

Elia Canosa Zamora. Universidad Autónoma de Madrid

Guatiza (Canarias)

Emma Pérez-Chacón Espino. Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

Berja  (Andalucía)

Jesús Delgado Peña. Universidad de Málaga

Lugones-Llanera (Asturias)

Marta Herran Alonso y Felipe Fernández García. Universidad de Oviedo

Costa occidental asturiana (Asturias)

Felipe Fernández García. Universidad de Oviedo