Buena parte de las áreas rurales españolas se enfrentan a un problema de progresivo abandono de la actividad agraria, que fue la base de sus economías a lo largo de la Historia, con el consiguiente descenso y envejecimiento de su población. Muchas explotaciones no obtienen producciones capaces de competir en los mercados y, paralelamente, las subvenciones otorgadas por la Política Agraria Común (PAC) de la Unión Europea tienden a reducirse. Además, son pocos los jóvenes y mujeres que quieren continuar al frente de esas explotaciones, y eso provoca que la edad media de los agricultores y ganaderos sea bastante elevada en numerosas comarcas.

Desde hace ya más de una década, las políticas de desarrollo rural consideran que la diversificación económica del campo, y la creación de otro tipo de empleos, son indispensables para asegurar la supervivencia del mundo rural. El turismo se ha convertido ahora en un complemento importante y cuenta con importantes ayudas, tanto por parte de la Unión Europea (iniciativas LEADER I, LEADER II y LEADER +), como del gobierno español (programas PRODER I  y PRODER II).

Muchas áreas rurales españolas cuentan con numerosos recursos que, en este nuevo contexto, ahora se intentan movilizar, poner en valor y, con ello, atraer visitantes y generar ingresos. El paisaje y la calidad de un medio ambiente poco contaminado –en contraste con lo que sucede en muchas ciudades-, junto con un rico patrimonio cultural (arquitectura popular y, a veces, monumental, artesanía, gastronomía, fiestas y tradiciones…) son los más importantes. Para convertir esos recursos en actividades capaces de generar puestos de trabajo, los grupos de Acción Local (GAL) creados en numerosas comarcas han apoyado y orientado las iniciativas de los habitantes. El resultado ha sido un rápido aumento de la oferta de alojamientos (casas rurales y de labranza, posadas, campings…) y de numerosos servicios complementarios (mesones, restaurantes, empresas de turismo activo, comercios de productos locales, artesanos, etc.).

Desde el punto de vista paisajístico, el turismo rural no suele inducir impactos tan significativos como los ocasionados en otras áreas por el turismo masivo. No obstante, su huella resulta ya visible en bastantes pueblos: alojamientos que a menudo recuperan viviendas tradicionales, restauración de edificios, creación de museos y centros de interpretación, señalización de senderos, son algunos ejemplos. Sólo en ciertos lugares, la excesiva presión turística en determinadas épocas del año amenaza ya la calidad del medio ambiente, dando lugar a diversos problemas: proliferación de edificaciones poco adaptadas al entorno, congestión estacional del tráfico, problemas de abastecimiento de agua y depuración durante el verano, etcétera. La masificación relativa de algunos de estos espacios puede conllevar el riesgo de transformar determinados pueblos en verdaderos parques temáticos, donde la cultura local y el paisaje tradicional den paso a un escenario reconstruido como simple reclamo turístico.

El Campo de Calatrava es una comarca rural situada al sur de la provincia de Ciudad Real que, en los últimos años, intenta avanzar en el desarrollo de su turismo a partir de iniciativas locales canalizadas por el LEADER, y con el apoyo del gobierno regional. En las acciones llevadas a cabo hasta ahora, el paisaje es a la vez un recurso valioso que se puede utilizar y un testigo de los cambios que se están produciendo. Las diversas guías editadas para orientar al turista permiten seguir itinerarios que enlazan diversos lugares de interés (figura 1).

Un primer recurso turístico es la fisonomía del propio territorio comarcal. En él se combina un poblamiento concentrado en grandes pueblos blancos, con los tradicionales cultivos de secano de la clásica trilogía mediterránea (cereal-viñedo-olivar), que ocupan los espacios llanos o suavemente ondulados. En contraste, resaltan pequeñas alineaciones montañosas de calizas y cuarcitas, colonizadas fundamentalmente por matorral mediterráneo pero que, en ocasiones, también presentan encinares en enclaves aislados (figura 2).

A todo ello se suma la localización, también en esta comarca, de uno de los escasos ejemplos de vulcanismo neógeno con los que cuenta la Península Ibérica. La actividad volcánica se inició en la zona hace 8,7 millones de años y las últimas manifestaciones apenas datan de hace 700.000 años. La región volcánica tiene una extensión de unos 5.000 km² y en ella se distribuyen, aproximadamente, unos 200 centros de emisión. Entre los mecanismos eruptivos destacan los de tipo estromboliano y los de carácter hidromagmático. Los primeros han dado lugar a pequeños conos, que la erosión posterior ha transformado en cerros redondeados de escasa altitud, tales como La Yezosa (Almagro) y Cerro Gordo (Valenzuela de Calatrava), entre otros. Por su parte, los mecanismos hidromagmáticos –denominados así cuando en el transcurso de la erupción se produce una interacción entre el agua y el magma- han originado edificios que son más difíciles de reconocer (los maares), pero de los que existen numerosos ejemplos (figura 3).

El vulcanismo modificó la red de drenaje y, al mismo tiempo, incorporó al terreno numerosas pequeñas depresiones –los maares- que estacionalmente son ocupadas  por agua (figura 4). Ello supone la existencia de unas 40 lagunas, navas y navazos que, desde el punto de vista biogeográfico, tienen un enorme interés. Se relacionan con el conjunto de humedales que caracterizan, junto con los más conocidos de Las Tablas de Daimiel, la denominada región de “La Mancha Húmeda”.

A estos atractivos de índole natural y paisajístico se añade otro recurso de suma importancia: el cultural. El Campo de Calatrava cuenta con numerosas huellas dejadas por la sociedad a lo largo de un amplio período de tiempo. Éstas abarcan desde vestigios de la Edad del Bronce, como los que pueden observarse en los yacimientos arqueológicos de Alarcos, Oreto o La Encantada, hasta alcanzar su mejor expresión en las pervivencias de época ibérica y medieval.

Durante la Reconquista, el territorio de la comarca se repobló bajo el dominio de las Órdenes Militares, que controlaron grandes extensiones hasta Sierra Morena. Magnífico exponente de su poder es el castillo de Calatrava La Nueva, en el municipio de Aldea del Rey, reflejo del asentamiento aquí de la Orden de Calatrava tras la batalla de las Navas de Tolosa y el traslado del gran maestre, desde la fortaleza de Calatrava la Vieja, en 1217. Su emplazamiento defensivo, en un promontorio desde donde se dominaban los territorios de la encomienda (figura 5), y sus grandes dimensiones, dan idea de la influencia ejercida por la Orden durante siglos.

Los recuerdos de ese pasado, que ahora se reutiliza para ayudar a construir el futuro de la comarca, tienen su mejor expresión en la villa de Almagro. Fue sede de la Orden, y principal centro urbano del área, desde el siglo XIII hasta la división provincial de Javier de Burgos que, ya en el siglo XIX, trasladó definitivamente la capitalidad a Ciudad Real. Su Plaza Mayor (figura 6) es el hito más conocido: porticada, rectangular, y con galerías corridas por influencia de las familias de banqueros (Fugger, Welter, Xedler), comerciantes y artesanos de Flandes, que acompañaron a Carlos V y se asentaron en la villa, ha conservado hasta hoy lo esencial de su estructura. En ella se encuentra el Corral de Comedias, del siglo XVII, que hoy es el centro de un festival internacional de teatro que se celebra anualmente. Pero son muchos los palacios, iglesias y conventos que recuerdan ese antiguo esplendor (figura 7), con ejemplos tan significativos como el de la Universidad, fundada en 1536 y activa hasta 1835. Además de la restauración de muchos de esos edificios, las iniciativas locales de desarrollo impulsan hoy una recuperación de ese patrimonio cultural, que es visible en numerosas actuaciones como, por ejemplo, la creación del Museo del Teatro, o la del Museo del Encaje (figura 8).

 

Autor: Ricardo Méndez Gutiérrez del Valle.

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