El área considerada, entre Patalavaca y el barranco de Balito (municipio de Mogán), se localiza en el suroeste de la isla de Gran Canaria. Está ubicada entre las desembocaduras de tres barrancos, labrados en los materiales volcánicos que formaron la parte más antigua de la isla, y los acantilados marinos que las separan. Estos valles encajados y erosionados,  con escasos recursos hídricos y edáficos,  representaron un área de difícil explotación para la sociedad agraria tradicional. Por ello, hasta la mitad de la centuria pasada,  el poblamiento fue escaso y la explotación de los recursos limitada: las laderas se destinaban al pastoreo extensivo, mientras que los fondos de los valles y las laderas detríticas, menos acentuadas, se utilizaron para el cultivo del tomate. La figura 1, realizada a comienzos de la década de 1960, muestra la organización del paisaje previa a la ocupación turística de la zona.

El litoral es muy accidentado: dominan los acantilados, levemente separados del mar por una estrecha plataforma de abrasión marina, y tan sólo en la desembocadura de los barrancos aparecen algunas pequeñas playas, todas de cantos, a excepción de Patalavaca, que es de arena. Las condiciones climáticas se caracterizan por una temperatura media anual en torno a los 23,5º C, una precipitación media inferior a 100 mm anuales, unos 295 días despejados al año y un predominio de las calmas, tanto del viento como del mar.

Hacia finales de la década de los sesenta del siglo XX, y tras la entrada de Gran Canaria en los circuitos del “turismo de masas”, se inicia una ocupación progresiva de los litorales del sur (municipio de San Bartolomé de Tirajana) y suroeste (municipio de Mogán) de la isla. De la presión que van a sufrir estos litorales es un buen ejemplo Patalavaca, que tan sólo contaba con una reducida playa, pero garantizaba unas buenas condiciones climáticas para el turismo todo el año. Ya en la década de los setenta (figura 2) será ocupada por edificios de apartamentos de más de 10 plantas que, literalmente “empotrados” en los acantilados y sin apenas zonas ajardinadas (figura 3), indican como, a pesar de la escasa superficie disponible, estas promociones resultaban muy rentables. Tanto, que la siguiente promoción (en la Punta de la Verga) opta por un modelo que implica la ampliación de la superficie litoral, mediante diques y rellenos, así como la creación de una playa artificial y paseo marítimo. Paralelamente, las laderas adyacentes se ocupan con edificaciones que colonizan fuertes pendientes (figura 4). Todo el sistema está conectado a través de una estrecha carretera general que enlaza con el oeste de la isla; lo que en las décadas siguientes –al incrementarse el tráfico- generará graves problemas de congestión viaria.

La expansión de las edificaciones se acelera en las décadas posteriores (ver fotografía aérea reciente), sobre todo a partir de los años noventa, favorecida por una etapa de intensa especulación inmobiliaria en toda la isla. En 1998, los estudios previos del Plan Regional de Infraestructuras Turísticas estiman unas plazas turísticas que suponen una densidad de 368 plazas por hectárea en Patalavaca, y de 168 en el sector de Balito-La Verga. Esta masificación ha inducido diversos problemas ambientales: producción de residuos y vertidos al mar, incremento del consumo de agua, congestión de viales, etc.

Ya de esta última época (tan reciente, que todavía el mapa topográfico no la registra) es la promoción denominada “Anfi del Mar” (figura 5 y figura 6), situada en la margen derecha de la desembocadura del barranco de la Verga. Iniciada en la década de los ochenta, y todavía en ejecución, representa un buen exponente de la capacidad de estas inversiones para crear nuevos paisajes, donde todo es artificial. Si se comparan las fotografías aéreas, podrá observarse que una parte del acantilado fue desmontada para obtener superficie sobre la que instalar apartamentos y zonas de servicios; con el material obtenido se realizó el muelle deportivo y una “isla” artificial, convertida hoy en parque; para la playa artificial –y ante la prohibición de extraer arena en Gran Canaria- se importó este recurso del Caribe.

En definitiva, salvo el sol y el mar, el resto de los recursos, si no existen: se construyen. Los dos topónimos Patalavaca –el tradicional- y Anfi del Mar –el reciente-  son un buen indicador de dos culturas, de dos formas de hacer y entender el territorio, de producir paisaje.

 

Autora: Emma Pérez-Chacón Espino. Universidad de Las Palmas de Gran Canaria