El barrio santanderino de El Sardinero constituye un buen ejemplo de entorno desarrollado alrededor y al servicio de un modelo de turismo “tradicional”. Situado a un par de kilómetros del núcleo histórico de la ciudad, y prácticamente despoblado hasta entonces, empezó a ser frecuentado en la segunda mitad del siglo XIX por grupos minoritarios que acudían al reclamo de su balneario. Sin embargo, no es hasta la segunda década del XX cuando El Sardinero y, por extensión, Santander, se consagran como destino veraniego de una burguesía acomodada de origen principalmente madrileño, castellano o local.

Este hecho se vio muy favorecido por la inauguración del Palacio de la Magdalena, y por su inmediata transformación en residencia veraniega de la familia real en 1912 (silueta de la península homónima en la figura 1). Inmediatamente seguirían la construcción del Gran Casino (1913), la apertura de la Avenida de la Reina Victoria, magnífico paseo-mirador que comunica con la ciudad bordeando la costa de la Bahía (1914), y la edificación de un puñado de selectos hoteles y edificios residenciales de inspiración inglesa o “montañesa” rodeados de jardines,  que se convirtieron en otras tantas referencias simbólicas de la ciudad (figura 2).

Durante décadas, y antes de la aparición del turismo masivo actual, El Sardinero ha constituido uno de los principales destinos españoles para un colectivo de veraneantes, fieles a la ciudad y a su estilo, que pretende, o cree, huir de las aglomeraciones de otras áreas y que acude atraído por el clima, por una notable oferta cultural, y por un entorno y paisaje considerados de calidad.

De hecho, el paisaje siempre ha sido uno de los principales recursos de Santander (como ahora lo es del conjunto de Cantabria) donde su contemplación constituye un objetivo turístico en sí mismo, y “las vistas” determinan el precio de la vivienda o del suelo. El barrio de El Sardinero, con su peculiar estilo y su apertura hacia el mar, ha terminado formando parte de ese paisaje-recurso en el que los elementos humanos se insertan en un escenario natural amplio.

El crecimiento urbano de las últimas décadas ha supuesto la definitiva integración de El Sardinero en la aglomeración santanderina (foto aérea) y la zona, que alberga hoy todo tipo de actividades, ha diversificado también sus funciones. Construcciones recientes carentes de estilo propio, pese a ser en general de buena calidad, rodean el barrio, al que se accede por nuevas avenidas. Por fin el turismo, que no ha perdido dinamismo, es hoy mucho más democrático e incluye a personas que no pueden permitirse (o que no desean reproducir) el estilo de vida de los primeros veraneantes y que demandan servicios, instalaciones y decorados nuevos.

Todas estas circunstancias, que son inevitables, ponen en peligro el paisaje urbano de El Sardinero que, bien cuidado y protegido urbanísticamente, constituye una de las señas de identidad de Cantabria pero que, al mismo tiempo, está vivo y evoluciona al compás del conjunto de la sociedad española.

 

Autor: Juan Carlos García Codrón. Universidad de Cantabria