Según el Instituto Español de Turismo, nuestro país se sitúa como segundo del mundo por número de visitantes y tercero según los ingresos generados, con un volumen de entradas anuales de turistas que de 34,9 millones en 1995 alcanzó los 47,9 en 2000, y hasta los 52,5 millones en 2003. En este mismo año, el volumen de movimientos turísticos correspondiente a residentes en nuestro país ascendió a 44,9 millones, con un ritmo de crecimiento reciente similar al anterior. Su reflejo más visible es la existencia de 10.500 establecimientos hoteleros, que ofrecen un millón de plazas (5 % de la oferta mundial), a las que se suman las existentes en apartamentos, campings,  casas rurales, etc. Aunque resulta difícil medir el impacto económico de un sector que reviste formas muy diversas y tiene unos límites difusos, se estima que el turismo genera hoy un 10 % del P.I.B. español, superando el millón de puestos de trabajo directos, aunque la precariedad y estacionalidad del empleo sean rasgos asociados en bastantes ocasiones.

Pero el turismo es también un factor de transformación territorial de primer orden, tanto por su capacidad para dar origen a paisajes de características específicas, como por la competencia que establece a menudo con otros usos tradicionales (agrícolas, pesqueros, industriales…) y los acusados impactos que suele generar sobre el medio ambiente (demanda de agua, vertidos incontrolados…). Si en su primera fase de evolución el turismo masivo de sol y playa concentró buena parte de esos impactos en el litoral mediterráneo y de los archipiélagos, la creciente diversificación de la oferta turística (turismo cultural, de negocios, de nieve, rural…) provoca que su presencia y sus efectos –positivos y negativos- se difundan hoy por buena parte del territorio. El resultado es también una creciente variedad de paisajes asociados, entre los que aquí se han seleccionado tan sólo algunos ejemplos de tipos particularmente representativos.

Un primer tipo corresponde a los núcleos turísticos litorales que albergan un turismo de masas, asociado a una amplia oferta de todo tipo de alojamientos, altas densidades de ocupación, elevada estacionalidad y una intensa y desordenada transformación del entorno, que supone en ocasiones un deterioro de los recursos que se pretenden explotar. Tanto Torremolinos, en la Costa del Sol malagueña, como Patalavaca, en el suroeste de la isla de Gran Canaria, responden a ese modelo impulsado desde los años sesenta del siglo pasado y su comparación permite constatar el alto grado de estandarización asociada a estos paisajes, aunque las diferentes características de ambos emplazamientos aún generen ciertos rasgos singulares.  Los intentos de ordenación se enfrentan a fuertes tensiones especulativas, por lo que el desorden urbanístico resulta bastante habitual.

Muy distintas son las características de un núcleo turístico tradicional asociado también al mar, como es el área de El Sardinero, en la ciudad de Santander. Espacio ocupado en el primer tercio del siglo XX por una burguesía urbana que lo utilizaba en época estival como balneario, conserva en algunos de sus edificios (hoteles, casino, palacio de La Magdalena, chalets particulares…) y en su urbanización una imagen elitista, ajena al turismo de masas que constituye hoy su principal atractivo, pese a las transformaciones derivadas de su plena integración en la ciudad.

Por su parte, Benasque, en el Pirineo oscense, es buen exponente de un turismo de montaña. Asociado en sus orígenes al excursionismo y el alpinismo, alcanzó su plena expansión con la popularización de los deportes de nieve, que desplazan la temporada alta en la recepción de visitantes a los meses invernales. El reciente dinamismo del turismo rural y la promoción de una amplia oferta de actividades deportivas y culturales para el resto del año permiten reducir la estacionalidad y consolidar un proceso que ha transformado en su morfología y funciones a los pueblos del valle, al tiempo que ha hecho surgir nuevos núcleos de población, peor integrados en el entorno, como la estación de esquí de Cerler. 

Esa expansión del turismo rural en la última década ha sido impulsada en España por las nuevas políticas de desarrollo de las áreas rurales (iniciativas LEADER, PRODER...), que han considerado las posibilidades que ofrece esta actividad para diversificar las economías locales, ampliar el empleo de la mujer, frenar la emigración de los jóvenes y poner en valor los recursos patrimoniales que atesoran muchas de esas áreas. El Campo de Calatrava es una comarca rural situada en Castilla-La Mancha que puede servir como exponente de este proceso: a partir de un entorno poco valorado hasta época reciente, aquí se ha puesto en valor el patrimonio histórico de ciudades como Almagro, junto a otros enclaves de importancia complementaria, a los que se suma el interés que despierta un paisaje volcánico ahora considerado como recurso turístico.

Un último tipo, hoy en plena expansión, es el turismo de carácter cultural, que tiene a las ciudades históricas y a su rico patrimonio como su principal destino. Salamanca, Santiago de Compostela, Cuenca, Córdoba y un largo etcétera reciben así una afluencia de visitantes creciente y menos aquejada por la estacionalidad que otros destinos, que contribuye a impulsar nuevas actividades y un cuidado cada vez mayor hacia su medio ambiente urbano. Los ejemplos de Toledo y Aranjuez, incluidos en el apartado de paisajes urbanos, pueden ser también considerados desde esta perspectiva.

 

PAISAJES TURÍSTICOS

Ejemplo 

Autores

Presentación general

Ricardo Méndez Gutiérrez del Valle. Consejo Superior de Investigaciones Científicas-IEG

Santander (Cantabria)

Juan Carlos García Codrón. Universidad de Cantabria

Torremolinos (Andalucía)

Jesús Delgado Peña. Universidad de Málaga

Patalavaca (Canarias)

Emma Pérez-Chacón Espino. Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

Benasque (Aragón)

Purificación Ruiz Flaño. Universidad de Valladolid

Campo de Calatrava (Castilla-La Mancha)

Ricardo Méndez Gutiérrez del Valle. Consejo Superior de Investigaciones Científicas-IEG