Ordenar la ciudad es intentar poner cada cosa en el lugar que le corresponde siguiendo un modelo o diseño previo. Para ordenar la ciudad, cualquiera que fuera el modelo a seguir, hay que pensar, imaginar, idear y establecer un mecanismo para materializar el modelo final. El urbanismo moderno ha creado un instrumento a tal efecto que es el  planeamiento urbanístico, encargado de prever y dirigir el crecimiento y la evolución de la ciudad de la mejor forma posible para el bien de sus habitantes. Ciudad planificada es, pues, símil a ciudad ordenada.

La preocupación por distribuir de manera ordenada los elementos de una ciudad, espacios construidos y espacios abiertos, espacios privados y espacios públicos, estaba ya presente a la hora de construir la polis griega. Los griegos eligieron para las nuevas ciudades de su imperio el modelo de la ciudad ortogonal, donde las calles se cruzan perpendicularmente y delimitan formas regulares, cuadradas o rectangulares, destinadas a acoger las construcciones, servicios y espacios públicos. El plano regular de la ciudad de Mileto, fundación griega de 475 a. J., es de obligada referencia al considerarlo como precursor del extendido modelo de plano ortogonal utilizado en la creación de ciudades ex novo en distintos momentos históricos y contextos sociales. Esta forma regular se empleó en la construcción de los campamentos romanos, definidos por dos ejes perpendiculares a partir de los cuales se trazan calles paralelas en los dos sentidos. El resultado es un damero fácilmente reconocible hoy en la morfología urbana de los centros históricos de numerosas ciudades cuyo origen se vincula con la fundación romana, como ocurre en las ciudades de Astorga, Zaragoza o León.

Pero donde el modelo regular triunfó poderosamente es en la ciudad hispanoamericana. España exportó al nuevo continente las virtudes del orden renacentista a la hora de planificar la ciudad colonial. La ciudad cuadriculada, más que ortogonal, se extendió como modelo único urbano con la misma rapidez que lo hacía la colonización y la organización territorial. En la ciudad hispanoamericana la geometría es total, las cuadras o manzanas son cuadrados perfectos y hasta las plazas son manzanas no construidas. El trazado ortogonal permite crecimientos continuos, ilimitados, tal y como lo confirma el crecimiento contemporáneo de la ciudad tanto iberoamericana como norteamericana.  

La ordenación geométrica tiene también una excelente muestra en la creación de las ciudades residenciales de príncipes y reyes en la Europa de los siglos XVII y XVIII, donde las excelencias del orden renacentista se conjugan con la búsqueda de la belleza, el simbolismo, la simetría y la perspectiva arquitectónica a la hora de concebir la futura ciudad-palacio. Las conocidas ciudades históricas planificadas de Versalles y de Aranjuez, entre otras, responden a este modelo urbano y a este contexto histórico.

El Real Sitio de Aranjuez (figura 1) no solo es un conjunto urbanístico constituido por la ciudad y el palacio, es también vega y río (figura 2), campos de cultivo y jardines, paseos (figura 3) y calles. Además,  todos estos elementos están sabiamente integrados y conforman una estructura modélica, resultado de la clara intención de incorporar la naturaleza en el medio construido y el orden arquitectónico a los campos de labor. El mapa permite observar algunos elementos de esta singular organización territorial. Islas artificiales (figura 4), canales, saltos de agua, avenidas arboladas y, sobre todo, jardines, envuelven a la ciudad y al palacio por el norte; más allá se extiende la vega, ordenada al modo urbano. Así, los cruces de caminos se convierten en plazas redondas o glorietas y aquellos pasan a ser calles arboladas, bien resaltadas en la toponimia que se conserva. La conjunción de valores arquitectónicos y ambientales ha sido reconocida por la UNESCO al nombrar a Aranjuez “Paisaje de la Humanidad”.

Aranjuez comenzó siendo Real Bosque de Caza con los Reyes Católicos, los siguientes reyes fueron comprando tierras y ordenando el espacio, hasta que Carlos III y Carlos IV encargaron a los arquitectos Juan Bautista de Toledo y a Juan de Herrera ampliar el palacio y completar los jardines. A mediados del siglo XVIII el arquitecto Bonavía diseña la ciudad al sureste de palacio. Del conjunto, destaca el palacio con fachadas a oriente y a occidente, ampliadas por ambos jardines de los que parten dos trazados simétricos radiales, como corresponde al modelo de ciudad barroca. El tridente occidental está bastante degradado, mientras que el oriental, que parte del Jardín del Parterre (figura 5), está formado por tres de las calles históricas más significativas: de la Reina, del Príncipe y de las Infantes. Bonavía utilizó la planta ortogonal para la nueva ciudad, situando las construcciones significativas, Casa de Oficios, de Caballeros y de Infantes, en torno a una gran explanada rectangular, en el ángulo noroeste de la ciudad, junto a palacio. La uniformidad del plano de la ciudad histórica se acompaña también de la uniformidad de los edificios, que son de la misma altura, materiales, fachadas y colores y que contornean manzanas casi siempre rectangulares, con uno o dos patios interiores.  El resultado es el de una ciudad abierta, de calles rectas (figura 6) y perpendiculares, de dirección norte-sur y este- oeste, que se identifican bastante bien en la ciudad actual. Por sus cualidades arquitectónicas y urbanísticas la ciudad histórica ha sido declarada Conjunto Histórico Artístico.

 

Autora: Isabel del Río Lafuente. Universidad Complutense de Madrid