Los Ensanches constituyen un componente importante en la mayoría de las ciudades y forman parte de su proceso de urbanización.  Este proceso de crecimiento urbano responde a las necesidades de las ciudades de disponer de más espacio, como consecuencia de la concentración extraordinaria de población y actividades económicas, principalmente industriales, que se produce a partir de la revolución industrial.  Este crecimiento supone sobrepasar los límites de las  murallas medievales, y permite adaptar las ciudades a los nuevos medios de comunicación, el tren y el automóvil, al tiempo que resuelve los problemas de higiene y salubridad que tenían muchos de estos núcleos urbanos.

Los Ensanches ordenan este crecimiento mediante un plan que regula el trazado de las calles, el proceso de urbanización y la forma de las edificaciones. Fueron los municipios los que redactaron y aprobaron  estos planes de  ensanche, sobre todo a finales del siglo XIX. Tomaron como referencia la Ley de Ensanche de Poblaciones, aprobada en 1864 y modificada en 1876 y 1892 que, a su vez, se basaba en la experiencia pionera del Ensanche de Barcelona.

En general, la mayoría de los Ensanches se caracterizan por adoptar la retícula ortogonal como forma del trazado (figura 1), con una cuadrícula regular  de calles a lo largo de las cuales se disponen las edificaciones, cuya altura se establece a menudo en el mismo plan. Esto confiere a los ensanches una imagen de gran singularidad,  tanto por la regularidad del trazado de sus calles, como por la homogeneidad de sus edificaciones.

Los Ensanches se fueron edificando lentamente y durante este proceso, en ciertos casos, se variaron algunas de las limitaciones y normas  que regulaban  la construcción de los edificios, de manera que la regularidad de la edificación contemplada en el plan  no siempre se ha conservado (figura 2),  pero sí lo ha hecho la regularidad  del trazado de las calles. Éste se contrapone de forma evidente con el tejido urbano de los centros históricos, caracterizados por una trama viaria mucho más irregular.

Desde su creación, los Ensanches fueron ocupados por la burguesía (figura 3), que buscaba unos entornos de más calidad  urbanística y ambiental que la que tenían los antiguos centros históricos. En contraste, los núcleos de extrarradio que crecían en su periferia albergaron a una parte de la población inmigrante, incapaz de acceder al mercado inmobiliario del interior de la ciudad. Actualmente, sin embargo, los Ensanches constituyen los barrios centrales de las ciudades, y  solo en parte mantienen su carácter residencial, ya que en ellos se localiza un gran abanico de actividades terciarias: comerciales, financieras,  administrativas, etcétera, con una gran proliferación de oficinas. Algunas ciudades intentan promover un uso mixto de los Ensanches, residencial y terciario, mediante políticas que favorecen el mantenimiento de su carácter residencial.

Uno de los Ensanches más conocidos es el de Barcelona, obra del ingeniero Ildefons Cerdà, que fue aprobado en el año 1859.  El Plan Cerdà pretendió acabar con la excesiva densificación de la ciudad histórica, que llegó a densidades de 860 habitantes por hectárea en 1860. Para el trazado propuso una cuadrícula rectangular de calles que definían un conjunto de manzanas achaflanadas (figura 4) de 113,33 metros de lado que, en la formulación de Cerdà, tenían que estar edificadas solamente en dos –o a lo sumo tres- de sus lados. Todas las calles tenían 20 metros de amplitud, con la excepción de algunas grandes avenidas de 50 metros, entre las que destaca la gran avenida Diagonal, que lo atraviesa de un lado a otro para facilitar la circulación.

Otra de las características del Plan Cerdà fue la previsión de servicios, igualitariamente repartidos por el Ensanche, con el objetivo de acercarlos a los ciudadanos: escuelas, mercados, iglesias, se ubicaban de una manera regular en manzanas dedicadas específicamente a esos servicios de proximidad, como reflejo de un igualitarismo que también se manifestaba en el deseo de que se asentasen en él los diferentes grupos sociales. Tal como escribió Cerdá en su Teoría General de la Urbanización, “la cuadrícula, cuando ha sido la estructura básica de la ciudad y no un apéndice de la ciudad organizada de otra manera, ha cumplido papeles sociales y políticos homogeneizadores y democratizantes”. Más que el diseño de un nuevo barrio, la filosofía del Ensanche representó otra manera de entender la ciudad.

Este plan fue desvirtuado mediante un aumento de la densificación que Cerdà había previsto. Esta densificación se produjo mediante la construcción de los cuatro lados de la manzana, la edificación en los patios interiores y el aumento del número de pisos previstos. Sin embargo, se mantuvo la estructura viaria ortogonal del proyecto inicial, lo que configura una de las características principales del urbanismo de Barcelona.

 

Autora: Pilar Riera Figueras. Universidad Autónoma de Barcelona