El sector urbano al que se reconoce como el “casco histórico” de la ciudad actual viene a coincidir con el territorio construido antes de la revolución industrial, anterior por lo tanto a los crecimientos y desarrollos rápidos que la ciudad experimenta a lo largo de los últimos cien años. Por eso, a este sector se le identifica también con la “ciudad preindustrial” o el “centro histórico”. Así entendido, el casco histórico recoge en sus calles y plazas, monumentos y edificios, jardines y servicios públicos, las herencias acumuladas durante los largos siglos de su formación y también transformación. La acumulación en un mismo espacio de tanto acontecer histórico, arquitectónico, urbanístico, social y funcional, en las etapas que los historiadores han diferenciado como ciudad antigua y medieval, renacentista y barroca, es lo que le otorga al casco histórico su identidad y contenido simbólico.

Identificar y diferenciar el casco histórico en la ciudad actual es relativamente fácil. Su límite coincide con el trazado de la muralla que encerraba a la ciudad preindustrial. La mayoría de las veces esta muralla, bien completa o parte de ella, todavía se conserva.  Las ciudades que mantienen el recinto completo o un sector amplio del mismo como Lugo, Gerona, Toledo o Ávila tienen en él su principal valor histórico y arquitectónico. Pero lo más frecuente es que se conserven solo trozos de la muralla, exentos u ocultos entre el caserío, puertas y torreones que ayudan a reconstruir el recinto entero. En otras ciudades, el empuje de su crecimiento obliga al derribo casi completo de la cerca, y el espacio liberado se destina para construir una nueva calle circular, que constituye el elemento físico para identificar en estas ciudades los límites de su casco histórico.

Para diferenciar y caracterizar a la ciudad intramuros nada mejor que hacer un ejercicio de análisis de su planta y alzado, es decir, utilizar el plano para conocer la trama viaria y relacionar los espacios vacíos y ocupados; y la documentación arquitectónica y el trabajo de campo para identificar las muy variadas construcciones. Entre éstas destacan, sobre todo, los monumentos, elementos singulares por sus valores arquitectónicos y a los que suele acompañar alguna figura de protección. Independientemente de la fecha de construcción y origen, civil o religioso, los monumentos suelen localizarse vecinos y ocupar superficies amplias. Definen así a las zonas más significativas de la ciudad preindustrial. Sin embargo, la mayor parte de las construcciones corresponde con el caserío residencial no monumental, al que acompaña las construcciones para servicios y equipamientos. Por su parte, el trazado viario, calles y plazas, es el elemento de la ciudad que más perdura, que mejor se mantiene a lo largo del tiempo y, por lo tanto, es uno de los rasgos que mejor definen el casco histórico. Sus calles son irregulares, tortuosas y quebradas, y casi siempre estrechas y adaptadas a la topografía, normalmente accidentada. Las plazas son pequeñas, a excepción de los espacios vacíos adyacentes a los principales monumentos, tienen formas irregulares y suelen coincidir con ensanches y conexiones de calles. Esta singular estructura viaria es la principal responsable de los adjetivos que acompañan al casco histórico, apretado, denso, irregular y enmarañado.   

El casco histórico de Toledo es uno de los más bellos y singulares de España. Tiene la antigua ciudad origen defensivo y se emplaza en un promontorio diseñado por el  encajamiento del famoso y profundo meandro del río Tajo (figura 1). De esta forma, la ciudad que se adapta y ocupa en su totalidad el espacio, queda defendida por el foso natural y un imponente muro defensivo por el norte, que se conserva (figura 2). A diferencia de lo que suele pasar allí donde el casco histórico ocupa una posición geográficamente central en la ciudad actual, el de Toledo, por su accidentada topografía, ha quedado excéntrico, al sur, y el crecimiento del siglo XX se ha producido al norte y, en menor medida, al este del Centro Histórico. Su adaptación a la topografía es perfecta. La planta circular proviene de la forma también circular del promontorio, y el trazado viario va acomodándose no con facilidad a los desniveles generales y a los muchos accidentes topográficos menores, pequeñas lomas y vaguadas, que definen el terreno. El resultado es una maraña de calles torcidas y cambiantes (figura 4) que enmarcan grandes e irregulares manzanas (figura 5), que como en un puzzle encajan unas con otras hasta tapizar todo el espacio. Es la planta típica de la ciudad medieval.

El casco histórico de Toledo recoge en sus formas urbanas y arquitectónicas la yuxtaposición de las tres culturas por las que ha pasado su historia, la musulmana, la cristiana y la judía. La impronta de la cultura musulmana es muy importante y se conserva en la original trama viaria -plaza de Zocodover (figura 3)- y en ciertos monumentos como la mezquita del Cristo de la Luz. La sociedad judía participó de manera activa en la cultura y economía de la ciudad y hoy se reconoce en la Judería, al sur del Casco, y en monumentos tan significativos como las sinagogas del Tránsito y Santa María la Blanca. La conquista de la ciudad da entrada a la cultura cristiana, representada por la catedral gótica y San Juan de los Reyes. A estos hitos monumentales se le suman muchos más por lo que en 1940 Toledo es declarado Conjunto Monumental y desde 1986 se incluye en la Lista del Patrimonio Cultural de la Humanidad.

 

Autora: Isabel del Río Lafuente. Universidad Complutense de Madrid